Felipe Ortín

Escribidor

El lenguaje

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Saludos nuevamente a todos y a todas, queridos y queridas… (lo de queridas va sin segundas, ¡bastante tengo con manejar la “Central” como para abrir “Sucursales”!). Hoy vamos a hablar del lenguaje y…, la primera en la frente. Acabo de decir queridos y queridas. Mientras que la palabra queridos suena bien, es curiosa la connotación sexual que tiene la segunda y que ya no suena tan bien, ¿cierto?

Pues sí, vamos a hablar del Lenguaje, aprovechando nuevamente anécdotas de Idus de Julio, en concreto una frase que colé acerca del lenguaje político, definido por ser de verbo fácil, de rapidez de réplica, mínimo sentido del ridículo y sin creerse demasiado lo que él mismo político dice (aunque lo de verbo fácil a veces no es del todo cierto si recordamos algunas frases épicas: “es el alcalde el que quiere los que sean los vecinos el alcalde” o “somos sentimientos y tenemos seres humanos”…, eso sí, pronunciadas sin el más mínimo sentido del ridículo).

Pues lo dicho, que vamos a hablar de los diferentes tipos de lenguaje. Esta información la saqué de un libro titulado: “El arte de no complicarse la vida”, del Dr. Alfonso López Caballero (les recomiendo que se lo lean…, aparte de leerse Idus de Julio, claro está). Pues bien, el Dr. Alfonso López Caballero, describe tres tipos de lenguaje: el político, el clerical y el burocrático. Yo, además, añadiría el militar y el deportista. Vayamos por partes.

El lenguaje político consiste, básicamente, en hablar durante horas sin transmitir idea alguna constructiva, para ello, López Caballero lo demuestra con la siguiente tabla para construir un discurso político. Se empieza por la casilla en amarillo y luego se pasa, aleatoriamente, a una casilla de la segunda columna, luego a la tercera y luego a la cuarta para volver a escoger cualquier casilla de la primera columna. Pruébenlo y tendrán más de 10.000 combinaciones para lograr emular a Fidel Castro y pegarse 8 horas seguidas hablando sin parar sin decir nada:

Discurso

Tabla de obligatorio conocimiento para las oposiciones a político…, ¡ah, no! Que para ser político no hace falta tener estudios, basta con ser un patán cualquiera.

Lo dicho, tras haber hecho unos entrenamientos de logopedia, lectura rápida, cuatro clases de teatro para vencer el pánico escénico y entrenamiento mental para que todo les importe un bledo y se lo pasen por el forro, ustedes estarán perfectamente capacitados para representar a cualquier partido político…, total, peor no nos iba a ir. Se lo aseguro.

En cuanto al lenguaje clerical, López Caballero lo plantea como diplomacia barata macerada en agua bendita y muy útil para no expresar lo que uno realmente piensa. Se basa en tópicos y frases hechas que recurren al espíritu evangélico o al ánimo sereno. La norma principal es jamás decir lo que realmente se piensa sino lo que hay que decir, con un tono ecuánime y bondadoso. Por supuesto, los gestos deben ser suaves y las manos deben moverse sin que la trayectoria de las mismas salga del perímetro del estómago. Y, sobre todo, las ideas expuestas son indiscutibles y están por encima del Bien y del Mal ya que uno representa la Verdad Absoluta. Y en caso de preguntas incómodas, siempre se puede recurrir a frases vacuas y evasivas para no responder, del tipo: “Los caminos del Señor son inescrutables”, con lo cual, uno se queda más ancho que Pancho y tan Santa Pascuas, nunca mejor dicho.

El lenguaje burocrático administrativo, por su parte, mantiene las distancias con el interlocutor y está a la permanente defensiva. La respuesta siempre debe ser por escrito para poder escoger los términos adecuados y no pillarse los dedos, utilizando vocablos cultos  para que el burócrata se coloque siempre por encima del demandante y que éste sea incapaz de comprender los términos en el que le interpelan (¿han tratado alguna vez de leerse la letra pequeña de cualquier contrato? Y si lo han hecho, ¿han logrado entender algo?). Los tecnicismos deben emplearse con carácter retórico, arcaico y jurídico; con frases extremadamente largas con una construcción gramatical que no respete las concordancias de manera que el demandante sea incapaz de poder entender lo que lee y, lo peor de todo, recurrir en caso de incumplimiento por parte de la Administración. En definitiva, que si ustedes van a realizar cualquier trámite burocrático les recomiendo lo siguiente:

  1. Procuren no ir a ninguna oficina de la Administración Pública entre las 8.00 de la mañana y las 14.00 horas…, sí ya sé que ese es el horario oficial pero resulta que coincide con el margen horario en el cual los funcionarios se van a desayunar y siempre habrá menos personal para atenderlos. De hecho, les recomiendo, directamente, por su salud, que jamás vayan a ninguna oficina de la Administración Pública.
  2. En caso de no tener más remedio que ir, tómense una tila antes de ir. Comprueben que llevan un buen libro para matar el aburrimiento de la cola (a poder ser Idus de Julio). La lupa en el bolsillo para leer la letra pequeña.
  3. Absténganse de llevar objetos punzantes, guantes de boxeo o cualquier otro elemento que pueda ser utilizado para desahogar su frustración con el funcionario de turno.
  4. Procure que las oficinas estén en una planta baja. Así evitarán la tentación de tirarse por el balcón.

En definitiva, para luchar contra la Administración, empresas de Telefonía, Aseguradoras y grandes compañías, ¡jártense de paciencia!

Hasta aquí las ideas de López Caballero. Como he dicho antes, yo añadiría dos tipos de lenguaje más: el militar y el deportista.

El militar, creo que consiste, básicamente, en berrear a grito pelado, a poder ser lo más cerca de nuestro interlocutor para que le llegue bien nuestro aliento a ajo y reventarle los tímpanos. La intención parece ser que es la de humillar, modelar y quitarle las ganas a nuestro interlocutor de que haga cualquier cosa que no le ordenemos y que nos obedezca sin rechistar, llegando a creer que nuestros deseos son órdenes. Aunque yo, particularmente, no tengo ni datos ni he hecho ningún estudio, mi experiencia más cercana tuvo lugar en el Palacio de Buckingham, cuando le pregunté a una de esos soldados-estatua que van vestidas de rojo con el gorro ese en plan tupé hacia arriba que dónde estaba la entrada del palacio. El tipo me respondió con tremendo y enérgico vozarrón. Por la fuerza de sus palabras, y antes de que mi mente las tradujera del inglés al castellano, mi primer impulso fue el de tirarme al suelo para ponerme a hacer cientos de flexiones sobre un charco de barro y contestarle: “¡Yes, sir, yes!”. Menos mal que mi cerebro fue rápido y tradujo rápidamente sus palabras: “torrecto parriba y  y luego dos pala derecha, mister”.

Guardia real

Yo ya me veía en plan oficial y caballero, haciendo flexiones, mascando barro y mascullando: «Susordenes misargento… ep, aró, ep, aró, ep, aró»

Del lenguaje deportista, tenemos multitud de ejemplos. Suele ser frases entrecortadas por los jadeos, porque las declaraciones siempre se hacen al finalizar los partidos sudando a chorros y sin sangre en la cabeza por lo que el sujeto interpelado no usa ni sujeto ni predicado, abunda en adjetivos, como “mucho”, “mejores”, “difícil”, tratando de remarcar siempre que el partido ha sido complicado aunque al rival le hayamos metido quince, de manera que quedemos cómo héroes a sabiendas que el contrario era un matado. Por supuesto, las frases y declaraciones siempre se repiten partido a partido y puede tirarse de hemeroteca para repetir las mismas declaraciones que hicimos la semana pasada (tampoco hace falta retroceder mucho en el tiempo). De esta manera, las publicaciones deportivas podrán salir a rotativa diariamente de manera que el público masculino tenga su propia “prensa rosa”, al igual que el femenino puede gozar del “Hola” o el “Pronto”.

En definitiva, que el lenguaje nos hizo evolucionar como especie desde que los primeros monos se bajaron de los árboles y utilizaron las palabras “Uuuuff” y “Uggg” para definir “orinar” y “defecar”, respectivamente. Y, hoy en día, hemos desarrollado de tal manera esa forma de comunicarnos y expresarnos que, incluso, hay especímenes que llegan a publicar ciertas novelas, como, por ejemplo, Idus de Julio. Un ejercicio de prosa y glosa del lenguaje castellano. No se la pierdan.

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